13 jul 2008

Con sólo pensar que Nick Drake reina estos días algo deviene en todo este estado. Algo está mal, o algo está bien. Alguna parte está bien, otra mal. Eso lo sabemos. También sabemos que esto no es así. Que si esto sigue así, va camino a explotar. También conocemos de magia. ¿Conocemos de estabilidad emocional? Patrañas de niño, dijeron por ahí. “Emociones de adolescente”, retumba en la última grieta del lavadero. Sos muy problemático. Pensás mucho las cosas. Te haces problema por todo. Cuando niño, padre decía: te ahogás en un vaso de agua. Cuando niño, madre decía: no te encierres así que no ganas nada. Otros ya lo entienden. El último cavernícola del estado hipnótico del cuarto contiguo agita que las cosas están bien. Otro, el malevo, el de vena nerviosa, el que está a punto de explotar, declara: todo está mal. El más aventurero escribe en su diario pálidas cotidianas; no es mucho decir que a su último diario lo tituló: Apuntes para una cotidianidad intrascendente. Aquél está mal. Los que escuchan, mitad aplauden, mitad lloran, mitad odian, mitad no dicen nada. También están los fantasmas: ellos ya saben de antemano cómo vendrán las cosas; lagrimean ante el advenimiento del futuro, ante el atroz estado de todo y todos. ¿Sólo resta qué?

5 jul 2008

1
Le pregunto a J. si opina que es propio de la edad, esto que nos pasa a nosotros, a mis amigos, a mis allegados. La desmotivación absoluta sobre las cosas; el no querer hacer nada. Me dice que no, y que sus amigos están con muchos proyectos, y que no tienen tiempo, y que quieren viajar, que quieren vivir. Le digo que bueno, que nosotros también, pero que hay un factor en común que nos une, que es la desmotivación. Me dice que quizá es porque todos fumamos marihuana todos los días y ya todo se nos volvió monótono. Le digo que no, que, por lo menos, no creo que sea eso. Le digo que me siento bien y que no todo está tan mal, que escucho a Eddie Vedder cantar Society o Hard Sun y me pongo bien. Que veo una película y me meto y me da satisfacción. Es normal, todo eso, me dice J.


2
Me gusta pensar mucho en mis amigos. Martín en el sur, solo, apabullado por las heladas y encerrado en una casa, pegado a la ventana de siempre, con la que nació, proyectando el mismo vacío, el pedregullo de la calle y la soledad, los perros flacos que quizá pasean o vienen corriendo desde quién sabe dónde. El velódromo ahí cerca. Si Martín sale a caminar, a la cuadra, se encuentra con el velódromo abandonado, ese pedazo de cemento gigante entre medio de tierra y matas secas, que ya no sirve, ya no tendría que existir, pero ahí está como reflejo de algo que supo, por muy poco tiempo, ser. Y no está mal que exista el velódromo: acaso sí está mal la misma fotografía mental, cuando uno termina de bañarse, se mira al espejo y dice: aquí estoy, soy el mismo, ¿estoy cambiado o no estoy cambiado?, los meses pasan y yo sigo aquí. El sentir que el otro es el que goza, disfruta, siente.


3
No alcanzo a ver un futuro divertido,
ni para mí ni para ustedes.
Sólo soy aquel que acusan de insignificante,
de don Nadie.
¿Qué quién es? ¿Y qué hace?
El qué cómo dónde cuándo y por qué:
todos ellos me tienen cansado.
Doblegamos la apuesta:
llegaré vivo a los cien años.
(Llegaré muy enojado. La rabia derretirá mis uñas.)
Piso el acelerador, me subo a las veredas,
¿nadie me está mirando?
¡Nadie está enterado!

Me accidentaría contra tu árbol,
volcaría sobre tu césped recién cortado.

¿Estás durmiendo muy en calma, hoy jueves a las cuatro de la mañana?

Elvira pronto dirá: Pedro, ¿qué fue ese ruido?
Y cuando con la mano derecha corra la cortina
me verá, a mí, aplastado.
¿Saldrá a ayudarme?
¿O llamará a la policía?
Quiero saber qué hará.

No probaré, claro: quiero vivir cien años.