Es raro, cuando uno se escapa, vuelve a las dos semanas, y alguien le hace la pregunta de cómo fue todo. Porque no hay un medio, un desarrollo, o sí lo hay pero no tiene figuración. Dos semanas de desconexión, en un lugar de frío polar y soledad, donde las juntas con gente tienen tópicos generalmente de y sobre dinero, los señores y las señoras hablan de los últimos negocios, los problemas parecieran ser siempre los mismos; la plata pareciera, a simple vista, reinar más que en otros lugares, aunque esto es sólo una fantasía. El noticiero local de Comodoro Rivadavia muestra los paros obreros. El sindicato petrolero reúne cada vez más gente, algunos otros dicen que los petroleros no quieren trabajar, “acá nadie quiere laburar”, pero bueno, los comentarios siempre están y otros hacen oídos sordos y otros alardean sin saber sobre qué alardean. Yo (qué primera persona delatora: yo yo yo, sí, yo, un pendejo totalmente neutral que casi siempre escucha y no se anima a opinar porque, seguramente, no tiene aún la sangre totalmente caliente) escuchaba, y no hacía otra cosa: seguramente ni pensaba. La desinformación es grande; sin PC para chequear un poco internet, sin diarios. Sólo la tele, la tele la tele la tele. Prendo en un momento y muestran los muertos actuales de la guerra Rusia-Georgia y no sé por qué, quiero saber por qué, qué está pasando, pero sólo muertos y muertos, nadie dice por qué, qué hay en el medio, pareciera no importarles, maldito TN, no estoy enterado de nada. Hoy me entero de la victoria del compañero Evo; hoy me entero de que Bush en Beijing dijo algo así como “¿Guerra? ¿Por qué otra guerra?”, acumulando otra joyita falsa más a su atroz prontuario; hoy el profesor relaciona el hecho actual de Georgia con el Galtieri de la época de Malvinas, Estados Unidos de fondo, a ver si nos salva la gran potencia mundial, a ver si acude a nuestra ayuda: ya basta. Volver al clima, volver al crispamiento de venas: si lo vemos en términos de correcto o incorrecto, creo es correcto.
No hay un medio: no sabemos qué hicimos. Sí recuerdo caminar y disfrutar, gracias al reproductor de mp3, que es una salvación –porque yo usaba discman, pero en el bolsillo solía llevar no más de dos discos. Y sí hay momento para caminar y combatir el frío con, por ejemplo, Beyond de Dinosaur Jr., caminar y caminar, en una batalla contra nadie. La mirada hacia el horizonte de puro pedregullo, mientras acompañan los fantasmas de algo que después de las doce de la noche pareciese muerto. O ir escuchando Pavement, Brighteen the corners, que suene fuerte Stereo, y que siga Shady Lane, y sortear las casas, que cada vez están mas yankees y burguesitas, con su pastito recién cortado y sus veredas afiladas y armaditas como las de las familias de los Sims, y jugar, a ver, cada cuántas cuadras hay simplemente una luz en un living, o algo: algún aventurero que no pueda dormir; otro aventurero que vea una película, 2 o 3 amigos tomando una cerveza con la cortina abierta: situaciones que no encontré, aunque tampoco las busqué, era simplemente un registro al compás de la desconexión. La atención puesta en nimiedades que también logran hervir la sangre, de otro modo, claro, pero sí hay un paralelismo.
Rada Tilly va creciendo, con sus casas, como decía, para que la gente desfile el domingo por la costanera, y que señor al volante le haga un comentario a señora de al lado, sobre las casas, mirá esta mansión, mirá esta otra, qué hermoso ventanal, mirá cómo tienen el césped. Hasta hay arquitectos de moda: cada construcción o refacción lleva los mismos nombres en el cartel arquitectónico de su enrejado. Eso pega en el inconsciente, pienso.
No sé qué hice ni qué paso, sólo me quedan vestigios de críticas sin fundamentos que quedaron escondidas; los resabios los cuelo acá en el blogger, porque entro, veo qué onda, lo veo acá, caído, sin sentido, me pregunto para qué está, qué estoy haciendo, qué intento con esto, concluyo en nada, en que no sé, y todo termina en duda. Sólo queda el principio y el fin.
El principio, un viaje en colectivo divertido, viajar con dos chicas de Tandil, las dos enfermeras; un amigo de Río Gallegos las invitó a vivir al sur, a ver si hacían unos pesos más y se desligaban un poco de sus problemas, el famoso empezar de nuevo. Mariana tiene 19 años, y era la joven de ellas, y era linda, muy linda. Gabriela tenía 40. Eran amigas, se conocieron en el Hospital Público de Tandil; al tiempo el viejo de Mariana la echó de la casa porque empezó a practicar boxeo (ya había dejado la escuela, ese había sido el primer enojo del padre, y después un par de cosas más y las descripciones de Mariana sobre lo ogro que es el padre, no las recuerdo, pero eran puntillosas, emocionales y desgarradoras) y Gabriela, separada, sus dos hijos viviendo con el padre, la invitó a Mariana a su casa. A los tres meses salió esta oportunidad, la de Gallegos, y se jugaron. Mariana le mandó un mensaje a su mamá desde el mismo colectivo, que estaba viajando. La madre también le contestaba por mensaje. Viajé 30 horas con ellas, y fue divertido. Me gané el Bingo Andesmar (gracias a ellas, que cuando completé se animaron a gritar “¡Bingo Andesmar, Bingo Andesmar!”, ante la advertencia del azafato buena onda mendocino, que dijo que había que avisar en voz alta, si no, no había ganador), tomé vino con ellas, vi videos de boxeo de Mariana en su celular, veía cómo golpeaba a sus rivales, qué fuerza tenía, y qué delicada era. Empezó boxeo hace un año, y es, seguramente, la reina del gimnasio, con sus ojos miel, su piel trigueña y delicada, rebosante de una feminidad que, pienso, debe causar estragos en el ring.
El fin, estar acá de nuevo encerrado en esta jaula de departamento, que me hace muy bien y muy mal a la vez; cargarme de humo y de indecisión, rechazar las llamadas de mi madre y apuntar estas cosas en forma de diario, inmiscuirme en un infierno de conversación, retomar este texto que empecé cuando llegué y lo dejé tirado y acá está y sigo tipeando sin saber adónde ir pero pensando que de alguna forma, todo esto, para nada agudo, sino borroso y distorsionado, es una posible salvación.