A veces uno abre un cuaderno facultativo viejo, o no tan viejo, de hace unos meses, para buscar un apunte. Y, entre los apuntes mal tomados y borrosos, apurados, ilegibles, se encuentran palabritas que, sin duda, surgen del aburrimiento infernal. No por eso son buenas, claro está, pero, por lo menos, ahí están, existen.

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¡Oh de mí y las tierras imaginarias! ¡Ay del pasado que suele juguetear con las imprudencias del presente! Ya nada será igual en los tiempos venideros del verano candente en una provincia tan fría y seca, de corazón de piedra y agua cristalina.

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En el baldío de al lado, las lagartijas corretean escapándose del viento abismal que recorre la piel de los neuróticos hombres que, antes de que se enciendan los motores, ya están despiertos.

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Incertidumbre de las ideas
dezasón del pacto rutinario
del diálogo calamitoso
y los restos de lenguaje
que quedan entre nosotros.

¡Oh del olvido que aguarda
sobre el alba!

Aquí y allá...
¡la espera se incendia!

Nuestra racha de iluminación
ya no es, siquiera,
un pedazo de tela
con el que el recuerdo
podría regocijarse
sobre la almohada.