12 dic 2007

El espía

Y ahí vino él, domingo siete de la tarde, borracho, con aliento a whisky y los ojos desorbitados, derecho a cagarme a pedo. Sonó el timbre; acá estábamos limpiando. Yo el living; N., la cocina.

–¿Eh? ¿Quién es? –dije desde atrás del sillón, mientras barría la suciedad estancada desde hace tiempo.
–José. Abrí –dijo el portero, que me tocó el timbre no más de dos veces en cuatro años.

Antes de abrir pensé en eso, en por qué me tocaba el timbre, por qué un domingo a las siete de la tarde, por qué. Qué hice yo. Qué hicimos nosotros. (Desde el primer momento supe que la noche anterior había puesto música y estuvimos acá en el agobiante departamento un grupo de no más de seis personas, hasta, más o menos, las tres de la mañana.) Accedí a abrirle y sus nervios daban más pánico que su intrigante interés por la vida de todos los inquilinos del edificio donde ejerce de guardián hace más de doce años. Porque sí, porque siempre sentí la mirada de José, la mirada siniestra y oculta y espía de José, que sabe qué hago, a qué hora me levanto, a qué hora me baño, si estoy con una chica o no, si estoy de humor o no. Porque él sabe todo. Como nadie. Porque él está en la entrada del edificio desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche, y cuando no lo está, mira por televisión, canal 98, cámara de la entrada. Así lo descubrí cuando un día le pagué las expensas a eso de las diez y media de la noche porque me dijo que tenía que ser sí o sí ese día, así que le toqué el timbre y me hizo entrar. Cuando se dio vuelta di dos pasos hacia delante, donde estaba su cama, y enfrente estaba la caja negra en silencio con la cámara del edificio. Esto fue hace dos años y, a mí, me dio mucho miedo. Porque sé que su ojo siempre está, y bueno, esta vez vino él a mí, borracho, con aliento a whisky y los ojos desorbitados, sí, con su bigote espeso. Y mi sorpresa fue mayor; el miedo disminuyó e intuí que nada pasaba, que José estaba solo, muy solo, que José necesitaba charlar con alguien, mentir sobre mujeres, contar alguna historia de los setentas, contar de putas dominicanas del Once como lo hizo. Con la excusa de la música, claro.

–Te reís muy fuerte. ¿Sabés como se te escucha? Todo el tiempo. Tenés que reírte más bajo –me dijo.
-Sí, José, está bien, perdoná, no me puedo controlar, todavía no se me va la costumbre de la casa –le dije, mientras prendía un cigarrillo por los nervios y, acto seguido, le convidaba uno.
Sólo fue esta acotación con el tema del ruido. Después se lanzó a hablar, y hablar, y hablar. Me tranquilicé. No era más que un hombre solo acechado por el silencio, pensé.

De pronto empezó a mentir.

–¿Sabés que tengo un montón de amantes yo? Igual ahora no me animo. Hay una acá en el edificio de al lado de diecisiete. Me meten preso. No sabés las ganas que me dan. El portero de enfrente me hace así, con las manos, como signo de esposas, cuando ve que ella viene a saludarme. Estoy hasta las manos.

Pensé que se iba a dar cuenta que íbamos más de media hora parados y ni siquiera lo invité a sentarse. José, tenemos que seguir limpiando, le dije. Bueno, chicos, está bien, yo me voy, no los quiero joder, ustedes son como dos hijos para mí, yo los quiero a ustedes, chicos, por más que no se los diga, dijo. Se fue. Después, cuando fui al lavadero, me acerqué a la ventana y saqué la cabeza. Se oía un folklore que salía de su cuarto, abajo. Tenía esperanzas de que esté cantando, pero no lo hacía. Al rato, volví. Y silbaba.

10 comentarios:

lombriza dijo...

uf! tremenda historia. Bien relatada...

saludos!

Mari Pops dijo...

uf me encanto. Que personajes los porteros, muchos se creen los duenos del edificio y en realidad lo son. Porque son los duenos de los secretos de todos y cada uno de los copropietarios. Me encanto el relato.
deje algo hoy si queres...
Mary

Mastronardi dijo...

Son así. Por ejemplo, hace 15 minutos, bajé a abrirle a dos amigos. El portero estaba abajo, con la puerta abierta, como siempre. Tocaron el 1ro "B" y les dijo "Pasen, manga de vagos". Me dijeron. Entonces me paranoiquea. Y recién bajamos dos a comprar unas cervezas. Ah, qué lindo, chicos, nos dijo. Entonces yo sabía desde que iba bajando de la escalera que algo iba a decir al vernos con unos envases. Y sí. Era obvio.

Mari Pops dijo...

yo una vez pesque al mio espiandome en la terraza. Yo estaba tomando sol en bikini en la terraza del edificio y el tio se colgo desde la otra terraza para fichar. Bueh eso no se si es exclusivamente de porteros... pero me asuste

Estrella dijo...

Como si lo estuviera viendo. A Jos�. Me da pena, aunque no me gustar�a que me viniera a tocar el timbe un domingo para decirme que me r�o fuerte.
Esta frase tuya: "No era m�s que un hombre solo acechado por el silencio, pens�", me record� esto:
"Detr�s de todo camuflaje hay un hombre desnudo y solitario en medio de una penumbra que lo aterra".

Mastronardi dijo...

Tuve que googlear, Estrella, y vi tu cita en LLP. ¿Por dónde empiezo con Saer? Leí la nota del ADN pasado sobre Saer y más ganas me dieron. La foto con Juanele es conmovedora. Y su viuda también es encantadora. Pero tiene mil libros.

Y, Mary, sin dudas: eso no es de porteros sino de hombres hambrientos. (Acá me hago el cool y me separo de estos.)

Estrella dijo...

Saer era un terrible admirador de Juanele.
Yo emepzaría por Cicatrices, o Narraciones I y II. El limonero real te va a desalentar si empezás por ahí. Saer tiene una escritura muy morosa, y hasta que entrás en su forma de narrar, y te "hacés el oído" a su decir que no llega nunca al punto final, pasa un tiempo. La Vuelta Completa también es un gran libro. Nadie nada nunca, otro que vale la pena.
Insito: arrancá con Cicatrices, creo que hay una nueva edición.

Anónimo dijo...

gracias, estrella, por la recomendación. ya te voy a avisar, quizá dentro de bastante, cómo me fue con saer! :)

Anónimo dijo...

La voz del pueblo te saluda

Anónimo dijo...

nadie nada nunca. empezá por ese o por cicatrices. el orden de los factores, en este caso, no altera el producto.