Teníamos ocho años y solíamos jugar a la pelota en el patio del fondo. Por esos años, todo el patio era césped, no había cachivaches tirados y el espacio era sumamente confortable. Detrás de este mismo patio se encontraba la casa abandonada. El bungalow abandonado, devenido en inmobiliaria por estos días. La antigua casa de Charly (todos lo llaman diferente; en este texto aparecerán, por momentos, todas las voces) estaba caída, llena de basura y había una cantidad de perros que ningún hombre libre, fuera de un criadero, pudo haber poseído. El problema, si se lo puede llamar así, a nuestra edad, era ese: si la pelota volaba sobre el paredón, caía en el refugio de Carlitos. Ahí empezaba el piedra papel tijera, el te toca a vos, y sus derivados, para decidir quién iba. Un día, quizá un cuatro de enero o un diez de abril, me tocó a mí. Trepé el paredón, agarré la pelota y la lancé de nuevo hacia el patio. El miedo, o supuesto miedo (los rumores sobre él nunca fueron malos, pero siempre existieron los niños crueles que imponían por sobre los demás un Charly aterrador y quién sabe qué otras tantas cosas) no logró dominarme y me animé a lo casi exclusivamente único que ocupaba mi cabeza cuando me acostaba todas las noches y espiaba por la ventana de atrás, para comprobar cosas como si Carlos se sentaba en mi paredón, espiaba la casa, se imaginaba ser padre o hijo o ser yo y pasar nuestros –porque sí, aquellos días fueron de los dos– momentos juntos en silencio, atados en algún punto y separados por un paredón. Aquella tarde entré y sentí un frío en los huesos, ese mismo frío que ahora recuerdo sólo cuando estoy delante una chica y no sé de qué hablar –aunque aquél frío, tergiversado por la memoria y los pocos recuerdos de la infancia, cala más hondo. Ahí lo conocí. Claro que no hablé, ni dije nada, sólo me quedé helado y nos miramos; él estaba sentado junto a unos seis perros que revoloteaban por su ámbito y fumaba uno de esos cigarros que nunca nadie supo qué contenían, porque parecían armados clásicos de tabaco –aunque algunos supieron decir que fumaba palitos de madera. La kioskera me confesó por aquellos años que le regalaba de vez en cuando varios paquetes, aunque todo seguramente se dijo sobre lo que fumaba él.
Carlitos murió y yo me enteré tarde. Todos crecimos junto a él. Familia, amigos, conocidos, compañeros de clase, todos. Yo con 12 años volviendo a casa de la escuela, al doblar la esquina de la ferretería, Carlos sentado junto a un perro, fumando, su ropaje negro y sucio, su barba blanca y larga, su eterno gorro negro y, claro, la mirada furtiva y sabia del que calla. Yo con 16 años volviendo a las siete de la mañana del boliche, bajando en la parada, caminando a casa esas dos cuadras y Carlitos, el Eterno, sentado siempre en su lugar. También tuvo otros lugares (aunque nunca tan legendarios como la esquina de la ferretería, con vista hacia la ruta de entrada al pueblo –en algún punto Carlos sabía todo de todos y él, dotado del sentido de la vista más agudo, se infiltró como un dios invisible en su propia novela–): el paredón pegado a la panadería de El Asfalto –quedó su nombre así al ser la primera calle asfaltada del pueblo–, el almacén Valle Medio y algún que otro rincón de por ahí, nunca con tanta validez como su reposo de la esquina de la ferretería en la esquina de casa.
Cuando volvía a Rada Tilly después de un año, y veía a Carlitos, notaba su envejecimiento. Pero por otro lado siempre estaba igual, al ritmo de los años Carlos se había congelado, como si el fuera el ojo que calcula cuántas casas de más se construyeron a lo largo de un año. Pero este año fue diferente. Carlitos murió en el frío invierno del año pasado; su cuerpo no resistió más. Calculan sus años pero nadie los sabe; los rumores de su familia de antaño son muchos pero nunca se esclareció nada. Ahora unos amigos hicieron un stencil de él y quedó retratado en las esquinas. Toda la evolución del pueblo seguirá conociéndolo. El otro día me detuve a mirarlo. Me vio el ferretero, don Juan, que me conoce. No lo voy a borrar, quedate tranquilo, me dijo. Reí tímidamente y le dije lo sé.
11 comentarios:
En mi barrio lo llamábamos Pedro.
Saludos, Choibo. Me da mucho gusto leerte.
buenas mastronardi
fuiste elegido para hacer un jueguito, digamos un test bastante ...
bases en mi flog
besos
yo no te habia dejado un comentario? en fin, era para invitarte a hacer un test, con un poquito de ingenio lo haces. Las bases est�n en mi flog.
con respecto al texto, muy emotivo, y m�s todav�a ese stencil
saludos, nos vemos pronto
la mirada furtiva y sabia del que calla: como si lo estuviera viendo.
Me gustó tu recuerdo del viejo Carlitos.
La sensibilidad del que mira ...
nada mas que decirte : me emociono!
mary
Gracias a todos, aunque Carlitos no se merece un recuerdo tan pobretón como el que retraté, pero bueno... Dedos entumecidos, frío por dentro, contractura mental y extrañeza ante las cosas, todo metido en el mismo conjunto que frena el fluído. Y safo: casi lo empiezo, pero me niego rotundamente a todos esos jueguitos, qué le voy a hacer.
Mica: ya saqué la entrada de Bob; no el campo sino ahí adelante. El trabajo veraniego colaboró con la destrucción de bolsillo.
por estos días van a publicar la crónica que escribí sobre lisandro en niceto este viernes, justito justito preguntaste.
www.recis.com.ar
un beso.
Esperemos que esto propague arte, no solo es la historia de el viejon y su filosofia de vida... es una ciudad y un pueblo que no recuerda y que de tanto frenesi aplasta la cultura dejando a su paso lo peor del ser humano.
Lo que empezo este artista del estencil lo deberian seguir muchas personas. Para protestar, para recordar, para pensar.
Felicitaciones Juana C.
Gracias, Juana. Tenés toda la razón. Disculpá, pero... ¿te conozco? ¿Sos de Rada Tilly?
Saludos.
Muy lindo!! yo trabajo en la roticería de al lado de la 41 y todas las mañanas parece que el dibujo de los plaza, toma vida... recuerdo que yo le ofrecía cigarrillos a Carlitos y el siempre aceptaba con mala cara y nunca decía nada... no sé de que estaban hechos los que el fumaba pero me acuerdo que muchas veces los ví armados con lo que parecía ser una especie de cartón coorugado se extraña carlitos... un gran abrazo!
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