Hoy estoy apesadumbrado. Mi caminar no es el mismo que el de ayer: deambulo famélicamente, desvaneciéndome sobre las baldosas sucias de las veredas angostas. Las caras que avisto desde mi rencor no me demuestran alegría. En casa no me espera sino un poco más de soledad. Necesito conocer a alguien para sentirme en sintonía. Pienso que si Silvio Astier hubiera sido real y contemporáneo lo hubiera conocido en Comodoro. La madurez se va transformando en una embalsamación a la que temo y donde no me gustaría estacionar. Es inevitable, aunque la única posibilidad que vislumbro es una posible frescura, mantenerme a tono refugiado en cierta espontaneidad. Los libros no me devuelven otra cosa que no sean preguntas. Sospecho que esto no cesará nunca más. Está bien. Quizá en unos años o cuando me acerque a los treinta o dos días después de cumplir veinticinco una porción milimétrica del universo estará un poco más asimilada por mí. Y eso es quizá lo que me permita seguir adelante, con las preguntas de siempre en la mochila, reformuladas, distorsionadas o un poco más avanzadas, en el escenario donde el procedimiento sólo se refleje en el tiempo.
22 nov 2008
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4 comentarios:
Qué buen texto. Y qué tristeza, pero así es la vida, por lo menos, de tanto en tanto.
Hay que seguir rockeando
Che qué barbaro cómo te me escapaste
Che qué barbaro cómo te me escapaste
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