Y ahí estoy, como un tonto superado, pensando en que lo que hago, hoy, está bien. Ahí estoy, machacándome contra la pared, desfigurando mi rostro, interpelando mis verdaderos deseos, obstaculizando lo que erróneamente algunos llaman camino. Estoy, pero no estoy, porque deambulo como un fantasma, me aparto continuamente de lo que intento ser, me regodeo cuando algo tan pequeñito sale bien, me entristezco cuando algo también tan chiquito, sale mal. Ahí estoy y ahí estamos, en la nada misma, en esta cosa plástica que yo no sé definir y vos, que es peor, no llegas ni a verla. La cosa artificial, que nos rodea en busca de compañía, de unirnos, en una sinrazón apabullante, destilando ausencias, ausencias, ausencias. Ahí estoy con treinta años una vida boludita y vos sin poder verme, fortaleciendo mi identidad de hormiga. Acá estoy temblando sobre las palabras y vos que hace sólo un rato me contabas de tus historias pasadas y de tus amores y de cómo te dejaron y de cómo dejaste y yo, con la cara de piedra, el cigarrillo infumable tragándomelo todo, la sonrisa latosa, que ya me conocés hace un año y aún no te avispas de que no está todo bien, de que yo ahí me estoy sabiendo perezoso, incómodo y deseando cualquier otra situación, la que sea. Ay, el amor, tan distinto a las atrocidades individuales, tan diferenciado de la vida y la muerte, que golpea a destellos, bien, te digo, ahí me contabas cualquier horror de lo que pudiera haber sido tu vida en determinado momento, y mi cara de piedra se hubiera transformado en simplemente mi cara, la única que tengo y puedo mostrar cuando sólo soy yo... Pero no, nos enfrascamos, juntos, en lograr desconocernos en presencia; me trago el salivazo cuando en una especie de egolatría deprimente te afirmo cuánto perdí cuánto salió todo mal cuán mal estamos qué perdido está todo. Haces oídos sordos y eso termina gustándome, trato de cobijarme en tu lerdo y mínimo cariño, en tu forzosa búsqueda de compañía. Y ahí estoy, con mis años, vendiendo mi fuerza de trabajo atendiendo clientes (sonrío ocho horas con el ánimo por el piso), para después, en la infernal ciudad, esquivar individuos que se parecen a Frankenstein, llegar y esperarte ansioso sin poder ni siquiera calmarme y al vos venir, tarde y sin ganas y con una obligación que se parece a la que yo tengo con el supermercado, repetir lo que repetimos hace tiempo, el intento de conocernos un poco más, sin destino, como dos lagartijas en el desierto. Y ahí estoy y te bajo a abrir la puerta, no te enojes que me voy, me decís, ya no recuerdo qué contesto, pero camino famélico a tu costado, en silencio y en una búsqueda que intenta buscar las palabras para después acomodarlas en la oración y que no, no están, no hay posibilidad de ser determinante, escojo el silencio y vos lo único que repetís es que no me enoje. Te sigo diciendo que no y nos despedimos; la repetición de la cadena sé que se seguirá dando en las próximas semanas, por decir algo, por decir cualquier cosa, por en vano dejar la marca de que el ideal de construcción que mañana al caminar me guiará la sonrisa es falso, es mentira, que es barro amoroso del porvenir idiota que acumulamos a la par del descuento de los días.
18 may 2009
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7 comentarios:
me gusto como escribiste, espero que puedas escapar pronto
abrazo
.. del descuento de los días.
me gusta. como si fuera posible rasguñar una cuponera para que los días salgan más baratos. más baratos!!
No es consuelo, pero así nos sentimos todos de tanto en tanto. La calle, la soledad, las ausensias, el desamor. Con la diferencia de que algunos se quedan machacándose en las paredes y otros producen textos como éste de hoy.
Me ha gustado mucho.
bien ahi
Un... hombre? varón se dice? dice estas palabras, qué sensible, qué bien, pero qué dolor de todos nombra. Un gusto.
te quiero mi amorrr!!!!
te extraño un monton.
Creo que no había leído esto. Muy hermoso.
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