5 jul 2008

1
Le pregunto a J. si opina que es propio de la edad, esto que nos pasa a nosotros, a mis amigos, a mis allegados. La desmotivación absoluta sobre las cosas; el no querer hacer nada. Me dice que no, y que sus amigos están con muchos proyectos, y que no tienen tiempo, y que quieren viajar, que quieren vivir. Le digo que bueno, que nosotros también, pero que hay un factor en común que nos une, que es la desmotivación. Me dice que quizá es porque todos fumamos marihuana todos los días y ya todo se nos volvió monótono. Le digo que no, que, por lo menos, no creo que sea eso. Le digo que me siento bien y que no todo está tan mal, que escucho a Eddie Vedder cantar Society o Hard Sun y me pongo bien. Que veo una película y me meto y me da satisfacción. Es normal, todo eso, me dice J.


2
Me gusta pensar mucho en mis amigos. Martín en el sur, solo, apabullado por las heladas y encerrado en una casa, pegado a la ventana de siempre, con la que nació, proyectando el mismo vacío, el pedregullo de la calle y la soledad, los perros flacos que quizá pasean o vienen corriendo desde quién sabe dónde. El velódromo ahí cerca. Si Martín sale a caminar, a la cuadra, se encuentra con el velódromo abandonado, ese pedazo de cemento gigante entre medio de tierra y matas secas, que ya no sirve, ya no tendría que existir, pero ahí está como reflejo de algo que supo, por muy poco tiempo, ser. Y no está mal que exista el velódromo: acaso sí está mal la misma fotografía mental, cuando uno termina de bañarse, se mira al espejo y dice: aquí estoy, soy el mismo, ¿estoy cambiado o no estoy cambiado?, los meses pasan y yo sigo aquí. El sentir que el otro es el que goza, disfruta, siente.


3
No alcanzo a ver un futuro divertido,
ni para mí ni para ustedes.
Sólo soy aquel que acusan de insignificante,
de don Nadie.
¿Qué quién es? ¿Y qué hace?
El qué cómo dónde cuándo y por qué:
todos ellos me tienen cansado.
Doblegamos la apuesta:
llegaré vivo a los cien años.
(Llegaré muy enojado. La rabia derretirá mis uñas.)
Piso el acelerador, me subo a las veredas,
¿nadie me está mirando?
¡Nadie está enterado!

Me accidentaría contra tu árbol,
volcaría sobre tu césped recién cortado.

¿Estás durmiendo muy en calma, hoy jueves a las cuatro de la mañana?

Elvira pronto dirá: Pedro, ¿qué fue ese ruido?
Y cuando con la mano derecha corra la cortina
me verá, a mí, aplastado.
¿Saldrá a ayudarme?
¿O llamará a la policía?
Quiero saber qué hará.

No probaré, claro: quiero vivir cien años.

2 comentarios:

Andrés Taurian dijo...

Lo último que puse en mi blog va de eso. O casi. Lo mio no es tanto el no querer hacer, sino más bien el no poder. El otro es el que hace... el que goza, disfruta y siente. O no, porque yo también siento, pero todo se me hace bastante triste, y en eso no está lo lindo de sentir, claro.

Muy lindo el post, tanto prosa como poema.

Abrazo, campeón.

Mariot dijo...

Los dos primeras partes de esta entrada están bárbaras. Me encanta esa forma de llegar adentro de una persona a través del entorno en que vive, como por ejemplo la imagen cercana del velódromo, las paredes de la casa, el baño, el espejo, él.