30 nov 2007
Hoy alguien me dijo si me gustaba Roberto Arlt, le dije que sí, y que fue de lo primero que leí, que hace rato que no lo leía y que qué bueno estaría volver a leerlo; me dijo que él también fue de lo primero que leyó, por motu propio, eh, me dijo, y le dije sí sí, claro. ¿No es parecido a Benicio del Toro?, es como una estrella de Hollywood el chabón, viste el peinado que se hacía, lo fachero que era y el aspecto que tenía, me dijo, y le dije sí, la verdad es que Arlt era un tipo fachero, quizá el más fachero de la literatura argentina. Y bueno, ahí nos miramos y nos cagámos de la risa. Creo que me dijo «parecemos dos vedettes», o algo así.
Hace cuatro meses que voy al dentista una vez por semana. El próximo viernes es mi última sesión. Claro: mi dentadura quedó limpia y perfecta –absolutamente dentro de sus límites. Cuatro meses seguidos yendo una vez por semana a la librería Norte, de Las Heras y Pueyrredón. La primera vez que pasé miré la vidriera, y me llamaron la atención, en plena vidriera, como si fueran unas brillantes botas de cuero, o unos patines K2 que tanto hubiera deseado a eso de los 14, bueno, la cuestión es que para un niño bien de Billinghurst y Arenales, por poner una calle cualquiera, para un niño de bien de ahí, e ir al Alto Palermo y ver los nuevos modelos de jeans que sacó Bensimon, así, así me pareció lo de la vidriera, puras obras importadas de poesía; por ejemplo, la edición de Cátedra de
22 nov 2007
Aguaviva
del mar no es una buena idea.
Pensé en nosotros:
nos imaginé al borde del agua
sufriendo y sonriendo. Por lo tanto:
cachetadas de viento seco –el lugar que
un poeta llamó Tierranada. Y para qué,
para qué, me dijo alguien, si después,
a los restos, se los lleva el aire.
El mar no es otra cosa sino
escape natural para los susurros
del tiempo desperdiciado y bastardeado
por la intervención humana.
Nosotros somos ingenuos y queremos
abarcar el océano. Quizá también
podamos gritar y por fin nadie
escuchará. Eso sí: estará presente
aquél que grita bajito.
Es inevitable: él siempre tendrá
presente que alguien, alguien más,
se aparece y resiste. Lo más importante:
por primera vez, no cuidar mi espalda.
16 nov 2007
Hay un librero que me llama la atención. Tiene una barba desprolija, no mide más de un metro sesenta y cinco y casi siempre está con el mismo pulóver. Una vez por semana voy a lo de mi amigo Ariel. Casi siempre es para cenar; su casa queda a veinte cuadras y en el camino hay una librería chiquita y muy linda en la que nunca hay nadie y siempre la encontré abierta –aun pasadas las nueve de la noche. El librero siempre está sentado en su escritorio; lo que descubrí hace poco es que nunca lee ni hace otra cosa. No debe hacer nada sino pensar. Siempre está quieto. Yo siempre que paso, entro. Nunca le compré nada. Las últimas cinco veces el diálogo no fue otro sino hola, qué tal, miro un poco. Sí, no hay problema, fue su respuesta de siempre. No tengo otro registro de su voz ni otras palabras y menos que menos una expresión diferente cargada en mi estrecha base de datos mental. Ayer fue la última vez que lo vi y me surgieron unas ganas irrefrenables de preguntarle algo o qué hace o por qué no lee o por qué tiene esa cara. Me acerqué, lo miré un poco y no levantaba la vista. De pronto la levantó. ¿Andás buscando algo?, me dijo, y yo sonreí por lo bajo porque por fin había escuchado otras palabras de él. Qué tonto que soy, mirá en las cosas que me preocupo, atiné a pensar. Pero no, no me animé a preguntarle nada y para escapar sólo le dije que andaba buscando algo de Fogwill, de poemas, que sólo había leído Canción de Paz y tenía ganas de algún otro. No tengo poesía de Fogwill, me dijo, y agachó de nuevo la cabeza. Le contesté creo que “okay”, seguí mirando un poco y me fui sin saludar. No creo que la próxima vez que pase por ahí entre, pero no lo sé, aún es viernes.
12 nov 2007
Ella estaba pronto a divorciarse. Papá le dijo que si quería, podía aguantar un poco más. Tenía un trabajo en Colonia Suiza, en Bariloche. Su hombre vivía en la ciudad y ella, en el verano, se quedaba esos meses en Colonia. Era la encargada de servir las cervezas en el bar del camping. 'Si la ves, decile aunque sea hola, ella te va a reconocer', me dijo Papá antes de que parta para Bariloche.
Llegué y ella hacía una fogata y a mí me pareció que era una poeta italiana que podía cautivarnos a mí y a mis amigos con versos alrededor del fuego toda la noche. Cuando la vi supe que era ella sin decirle nada. Conozco muy bien los gustos de papá, y ella es el tipo de mujer que siempre quiso. Por otro lado pienso que toda la gente que conozco hizo la revolución menos yo. Antes de hablarle, la miré bien y pensé en que quizá, en unos meses, iba a estar viviendo en mi casa. Y que la iba a ver todos los días y que iba a comer sus comidas caseras día a día. No fue así, pero bueno, aunque sea le pude decir hola, hablar un poco de papá, descubrir alguna otra cosa sobre mi viejo y volverme con la sensación de que no, que todo era y seguramente seguirá siendo un sueño de mi padre.
10 nov 2007
8 nov 2007
4 nov 2007
*
¡Oh de mí y las tierras imaginarias! ¡Ay del pasado que suele juguetear con las imprudencias del presente! Ya nada será igual en los tiempos venideros del verano candente en una provincia tan fría y seca, de corazón de piedra y agua cristalina.
*
En el baldío de al lado, las lagartijas corretean escapándose del viento abismal que recorre la piel de los neuróticos hombres que, antes de que se enciendan los motores, ya están despiertos.
*
Incertidumbre de las ideas
dezasón del pacto rutinario
del diálogo calamitoso
y los restos de lenguaje
que quedan entre nosotros.
¡Oh del olvido que aguarda
sobre el alba!
Aquí y allá...
¡la espera se incendia!
Nuestra racha de iluminación
ya no es, siquiera,
un pedazo de tela
con el que el recuerdo
podría regocijarse
sobre la almohada.
1 nov 2007
Los heraldos negros
Hay golpes en la vida, tan fuertes...¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
César Vallejo